Monday, September 7, 2009

Ojotas y antiparras



Por Daniel Duque
Cuando llegué a Buenos Aires me ocupaba bastante entender las vueltas del idioma. Expresiones desconocidas como el “todo bien”, semejante al “no pasa nada” español, que podía ocultar un “no me parece, pero qué carajo”: Shastá. 
Y, a la vez, las palabras nuevas.  A la semana de mi llegada me inscribí en un gimnasio para nadar y la regla de la piscina (pileta) era: “Es obligatorio el uso de ojotas y antiparras”. 
Imaginé: 
Ojotas, ojos, esos son los lentes. 
Antiparras entonces son las cholas, claro, se llaman así porque evitan que se te peguen las “parras” que debe ser como le dicen a los hongos. 
Aún no me había comprado los lentes, pero a pesar de eso quise nadar un poco (no es tan difícil para un latino caribeño infringir las normas). Al terminar mi segunda piscina, se me acercó el salvavidas y me preguntó:
– ¿Y tus antiparras?
– Están allí –le señalé donde estaban mis cholas.
– Pero che, ¡te las tenés que poner para nadar! –me dijo juntando los deditos de la mano derecha para hacer un puñito, como los italianos hacen cuando dicen: “Ma, qué diche?”
Lo miré como si estuviera loco. Él respiro y me dijo:
– Podés pescar una conjuntivitis.
Aún me llevó unos segundos entender.
– ¡Ah!
Salí, y me puse mis chanclas, preguntándome: 
¿qué carrizo serán las parras?
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